Joakim me convenció. Sobrevivimos a algo delicado y no era el momento para dármelas de maestro oriental. Me acordé de lo trabajado en el proyecto: “No enfocarse en tratar de castigar al culpable”. Lo mejor era sentirme satisfecho. Por haberle roto la nariz a un compañero ¡el castigo era compartir un huevo!... jejeje. Además, había descubierto mi nueva destreza para comunicarme.
Nos turnamos a "Pera" cada semana. A mí, la verdad, ya no me importaba. En cambio a Juako le hacía feliz. Cada vez que me lo entregaba se ponía triste.
—¿Sabes, Joakim? ¿Por qué no te lo quedas todo el tiempo?
—No, Viko. Si se llegan a enterar nos ponen matrícula condicional.
—Eso no va a pasar.
—Ven, tómalo. Es tu turno. Más bien te invito a que conozcas su cuarto.
—¿¡Quééé!? —Mis ojos se abrieron de par en par—. ¿Le tienes un cuarto?
—No es exactamente toda una habitación. Es un cuarto en miniatura que le hice.
No sé qué sentí. Parecía algo entre tierno y patético, pero me daba curiosidad.
Ese día conocí la casa de la abuela de Juako. Se notaba que él no vivía ahí, pues el cuarto que tenía era el de las visitas: sin decoración, todo muy parco y plano. En un rincón vi una especie de pesebre lleno de pequeños objetos muy decorados simulando lo que él llamaba “el cuarto del huevo”. Vi unos teclados que estaban contra la pared y pregunté:
—¿Tocas?
—Sí, me encanta la música.
—¡Qué bien! A mí también. ¡Toca algo!
Entusiasmado, prendió su instrumento musical y empezó a tocar algo en finés.
—¡Uuuy! Está raro pero suena muy bien. ¡Tocas muy bien esos teclados, Juako!
Ahí empezamos a conocernos mejor. Él no tenía tambores sino unas maracas que le habían regalado. Lo acompañé y escuché canciones nuevas para mí.
Continuamos intercambiándonos a “Pera” y empezamos a reunirnos a cantar con la música. Noté también cómo el “palacio” que le había construido poco a poco se iba desapareciendo hasta convertirse en un simple rincón.
Los papás de Juako eran muy amables conmigo y me estimaban aun sabiendo que le había roto la nariz a su hijo. Nunca me comentaron nada. Su abuela decía estar feliz con la música, que no la sentía como ruido, sino como vida… compañía.
Pronto "Pera" quedó en el olvido. Se transformó en un adorno más en el cuarto. Ahora nuestra atención se enfocaba en compartir música. Yo me había alejado de El Gato, pero con él había aprendido a deleitarme con la música. Juako me mostró fotos de Helsinki, ciudad donde vivía ¡Se veía Helado!; me contaba historias de vikingos que me gustaban muchísimo y así nos volvimos muy amigos.
El grupo de Proyecto Planeta Tierra se volvió muy incómodo. El Gato ya no tenía respaldo a su afán de libertad que no lo dejaba escuchar y ya no queríamos convencerlo de lo contrario. Decidimos cada uno investigar por su cuenta y turnarnos para redactar los trabajos. Los resultados no fueron los mejores.
La pelea sirvió para que dejaran de molestar a Joakim. Se había defendido… contra el que no era, pero ya nadie lo molestaba. Además, Ricardo y Cata empezaron a tratarlo y ya no se sentía sin respaldo, así que el resto de tiempo que duró en el país fue mucho más agradable para él; y para nosotros, pues pudimos conocerlo.
Al Gato parecía que no le importaba el que yo me hubiera alejado de él, pero de lejos yo alcanzaba a ver que sí necesitaba una buena amistad, oportunidad que tristemente no supo aprovechar.