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Respaldo a Cata
Se lo comería un tigre
No cuento


Lo mejor era ser prudente. Lo que había pasado era algo mío que yo debía disfrutar. Luego, si quería, podía compartirlo con mis amigos, pero en el momento adecuado. En ese instante el curso entero estaba ahí y sería imprudente el hablar del tema. Precipitarme podía tirar por la borda todo el avance que llevaba.

Atendí a clase desde el pupitre de atrás, lo más de normal, como si nada. Desde ahí vi cómo Gaby volteó un par de veces, me miraba y me parecía que se sonrojaba. Yo no me cambiaba por nadie. Ya podía hacer la serenata sin miedo a que no le gustara. Era simplemente cambiar los temas, ensayarlos… y ya estaba.

Lo que sí no me esperaba era que a la mañana siguiente Joakim estaba en el salón de clases listo para pelear…y como ya saben, quedó malherido.

—¡VÍCTOR RODRÍGUEZ, A RECTORÍA!

¡No podía ser! Tanto tratar de hacer las cosas bien, de ayudar al planeta, y… ¿para esto? ¿Para terminar hiriendo a un ser humano?

Yo nunca me había metido en líos. Nunca había sido enviado a donde la rectora. ¡Qué mal! Y además, ¿Qué le iba a decir? No sabía ni el motivo. Eso no me lo creería. ¿Qué me invento? Pero... ¿Acaso tengo que inventar algo? Digo la verdad: ni idea. De pronto este Juako me arma pelea y pues... no resulta bien para el... y ahora parece que yo soy el malo de la película. Bah...

Doña Abigaíl no había llegado. Su oficina estaba sola al igual que la sala de espera. Me senté. ¿Y Gaby? ¿Será que vio la pelea? Yo ni me di cuenta si estaba allí. Si, debía estar. Estaba todo el curso. ¿Seré ahora un héroe para ella o un villano?

El reloj del recinto empezaba a sonar muy fuerte y me anunciaba un inevitable castigo. La rectora entrará por la puerta en cualquier momento. Tal vez me echaban. El colegio podría terminar acá para mi… y no sólo eso… Mis amigos… y Gaby… Mis ojos empezaron a derramar gotas. ¡Qué pesadilla!

Ya dentro de la oficina empezó el interrogatorio:

—Señor Rodríguez, ¿Cómo me puede explicar que no tiene idea alguna del por qué su compañero decidió, según lo que me cuenta, empezar a pelear con usted?

—Pues... no sé. Tal vez no lo invité al grupo de trabajo al principio del año... —Ahí me acordé de cuando me le acerqué a Gaby en el recreo. Él hizo mala cara y se fue. De pronto era por Gaby… pero... no le iba a decir eso a la rectora.

Un golpe tímido en la puerta interrumpió mi pensamiento. Era Joakim. Se cubría la hemorragia con una gaza. Doña Abigaíl lo hizo entrar y sentarse a mi lado pidiéndole también en forma muy cordial que explicara lo sucedido.

—Es que... Víctor anda hablando mal de mí. Dice que soy un perdedor...

—Señor Rodríguez, ¿qué tiene que decir al respecto?

—No, nada. Yo nunca he dicho eso. Joakim, ¿Me escuchó decir eso alguna vez?

—No, pero me dijeron.

—Entonces Señor Tamayo, ¿considera usted que la mejor forma de verificar si alguien está hablando mal de usted, es cogerlo a golpes?

—No, claro que no.

—Señor Rodríguez, ¿por qué su compañero pensaría eso de usted?

—Pues… Doña Abigaíl, lo único que se me ocurre es que estuve hablando con Gabriela y parece que él se sintió mal.

—¡Lo hizo a propósito, Doña Abigaíl! ¡Él quiso quitarme a mi única amiga!

Joakim se había refugiado en Gaby desde que entró al colegio y básicamente, como lo había dicho, era su única amiga. Yo ni me había dado cuenta, pero él sí estuvo atento en el recreo. Me vio como una amenaza. Además, esa mañana alguien le había llegado con el cuento que yo había dicho que él era un perdedor.

Al final Doña Abigaíl decidió, además de citar a los padres de ambos, que el castigo iba a ser esforzarnos para que él y yo nos hiciéramos amigos. Esto terminó siendo algo muy interesante. Joakim venía de la tierra de los vikingos y me contaba historias las cuales me parecían geniales. Además, el compartir con él en los recreos hacía que me acercara más a Gabriela, su amiga, y eso era agradable. Cuando empezaba a contar las historias, ella se iba, pues no le gustaban. Un día de esos, Juako me sorprendió. Me miró a los ojos y me dijo:

—Viko, siento haberlo golpeado.

—Fresco Juako. Fue un malentendido. Eso ya pasó.

—Sí, lo sé. Pero eso no evita que me sienta mal… Víctor, ¿a usted le gusta Gaby?

Me sonrojé y no supe qué responder lo cual era ya de por sí una respuesta.

—Viko, tranquilo. Déjeme ayudarle con ella. A ella le gusta mucho la pizza. ¿Por qué no la invita al centro comercial el sábado?

¡Wow! ¡Me había delatado de nuevo! ¿Es que era muy evidente o qué? Pues pareciera. Bueno, lo positivo era que me querían ayudar.

Yo nunca había invitado a una niña a salir en plan cita. Sentí un torbellino de zozobra alrededor de mi ombligo. Aun así, se veía que Joakim conocía bien a Gaby y quería tener una atención conmigo. La idea no era mala, era más fácil que la serenata, así que acepté. Ella también aceptó y llegó el sábado.

Mi papá me dejó en la puerta del centro comercial a las 11 y me recogería más tarde en el mismo sitio. Me había dado un celular y dinero suficiente para la invitación a la pizza, a helado y por si acaso a cine. Era mi primera cita. Yo llevaba puesta mi mejor ropa y olía a la loción de mi padre. Me sentí grande.

Gabriela llegó al punto de encuentro. Estaba muy hermosa. Sin el uniforme se veía distinta, fresca, libre. Tenía un poco de brillo en los labios y olía a perfume.

La saludé con un asustadizo pequeño beso en la mejilla y empezamos a caminar despacio, sin rumbo definido.

Nunca nos habíamos visto fuera del colegio. Yo no sabía muy bien de qué hablar, pero afortunadamente ella tomó la iniciativa:

—¡Mira! –dijo señalando una vitrina–. ¡Esos zapatos están muy bonitos!

—Ahhh, sí, sí. Bonitos.

—Acompáñame y me los mido—dijo entrando en la tienda mientras yo la seguía.

Saludamos, pedimos la talla y Gaby se los midió. Luego continuamos. ¿De qué le hablo? Mmmm… Ya sé: del huevo…

—Gaby, ¿y qué pasó con Perla?

—Se rompió —dijo cambiando de humor. El día de la pelea. Todos se amontonaron y espicharon a mi perla. Con tanto alboroto me di cuenta sólo cuando todo se calmó.

¡Escogí un mal tema! Ahora parecía que iba a llorar… Además, me podía echar la culpa fácilmente. Fui sincero y le expresé lo que sentía:

—Lo siento, Gaby. Tuve algo de culpa ahí.

De repente ella sonrió y me consoló con un abrazo y diciéndome:

—Nada de eso, Viko. Yo vi lo que pasó. No fue tu culpa. Más bien cambiemos de tema. ¿Cómo va tu Proyecto Planeta Tierra?

¡Qué alivio! Le correspondí el abrazo y lo sentí por todo mi ser. A Gabriela le importaba que yo estuviera bien. Eso me hizo sentir alegre. Ahora pasamos a la parte que le llamó la atención de mí al principio: lo intelectual. ¿Qué hago?

Aprovecho para exagerar un poquito

Aprovecho para conocer sus ideas










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