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Me controlo y espero
Me quedo


—Mejor no, Juako. Hablemos con la rectora. Tú has estado bajo mucha presión. Eso lo tiene que entender ella. Además, tu futuro está en Europa, no acá.

Esperamos. Entre nosotros todo estaba solucionado y el castigo no podía ser tan grande. Estaba viviendo en carne propia el ser la tal "maleza" de la que hablamos en el trabajo, pero no estaba asustado. Quería era aclarar el malentendido.

A los pocos minutos la rectora llegó y nos recibió. Más que la sangre o el incidente, lo que más le sorprendió fue mi actitud tan cordial y comunicativa:

—Doña Abigaíl, permítame explicarle lo sucedido. Acá mi compañero Joakim ha estado bajo mucha presión en el colegio. No ha sido fácil para él adaptarse al cambio tan brusco que su vida ha tenido. ¿Cierto Juako?

—Si, Viko—respondió como en un tribunal de una película de detectives.

Había adquirido la destreza de expresarme ordenadamente y proteger el uso de la palabra gracias a haber compartido con El Gato. Continué diciendo:

—Como su estancia en el colegio ha sido solitaria, creó un vínculo muy fuerte con su huevo-mascota: la tarea de Proyecto Planeta Tierra.

La rectora escuchaba con los ojos bien abiertos mientras asentía con la cabeza.

—Hoy en la mañana —continué como si ejerciera de abogado defensor—, sucedió algo muy difícil para el muchacho: su mascota Kimi fue brutalmente espichada. Y lo peor, algún compañero quiso echarme la culpa… cosa que no fue para nada cierto. Al entrar yo inocentemente al salón ya habían convencido a Joakim de que había sido yo. Lastimosamente para él, me armó pelea y salió malherido.

Doña Abigaíl se asombró aún más cuando proseguí con la siguiente idea:

—Precisamente ayer, haciendo el trabajo para Proyecto Planeta Tierra me di cuenta de cómo la sociedad actual se ha concentrado demasiado en intentar condenar lo que ve como negativo y no en estimular y premiar las acciones constructivas.

—¿A qué te refieres? —preguntó ella poniéndose sus pequeños lentes para leer.

—Me refiero a que llegamos a la conclusión de que la humanidad ha creado una sociedad basada en el temor, con la atención más en señalar y condenar las equivocaciones que en valorar lo positivo. Por tal motivo las personas se entrenan más en burlar a la justicia que en querer hacer las cosas al derecho.

—Mmm... —La rectora se acomodó en la silla y ladeó la cabeza—. Según eso, lo que quiere decir Señor Rodríguez, ¿es que yo no debería castigarlos?

No supe qué responder, pero Joakim me respaldó repitiendo los hechos narrados y haciendo énfasis en que el que me había acusado había sido El Gato.

Nuestra paciente rectora escuchaba y miró a “Pera” len la tiranta de mi mochila. Esto me dio una idea. Si el mundo quería que fuesen los niños los que lo arreglaran, qué mejor oportunidad para ensayar ser tenidos en cuenta que esta. Fue así como apenas Juako terminó su relato, salté a proponer lo que podría servir como una especie de castigo regenerativo:

—Propongo lo siguiente: Ya que Joakim perdió a su mascota y yo terminé hiriéndolo, ¿no sería una buena solución que adopte a “Pera”? Sé que va a estar muy bien a su cuidado —Extendí mi mano y mostré a mi huevo-mascota.

Doña Abigaíl arqueó sus cejas, me miró con sus penetrantes ojos por encima de sus lentes y dictaminó su sentencia:

—Por un mes compartirán la custodia del huevo “Pera”. Se turnarán un día el señor Tamayo y otro día el señor Rodríguez. Si llego a oír alguna queja de la conducta de alguno de los dos, quedarán ambos bajo matrícula condicional.

¡Qué bien! Me había librado de un castigo peor. Después de todo, el compartir con El Gato me había enseñado a defenderme. Por otro lado, ya no podía ser tan cercano a él. Supuestamente era mi amigo y me salía con éstas. ¡Eso no podía ser!

—No necesitamos de no educación —pensé. Me sentí en la obligación de planear algo que lo hiciera reaccionar. No era venganza, era una lección que le debía dar.

—¿Se llama "Pera" tu huevo? —escuché a Joakim al salir de rectoría. Ya se me había olvidado el trato y además ese nombre ni siquiera se lo había puesto yo.

—Si, pero... realmente se llama... —pensé lo más rápido que pude—...Impera… Viene de imperio. El que impera. El huevo que impera. El que manda.

—¡Wow! Buenísimo. Déjame ver a Impera. ¡Está genial! —Dijo el inocente Juako. Le pasé el huevo mientras le comenté:

—Tengo un plan. Voy a llegar llorando al salón y no voy a decir nada. Tú te encargarás de dar a entender, sin decirlo abiertamente, que me acaban de echar del colegio. De este modo asustamos a El Gato que creo que se lo merece.

—Viko, nos acabamos de salvar de un castigo mucho peor. ¿Me estás pidiendo que mienta ahora? ¿No crees que podría llegar a complicarse?

—Juako, no te preocupes. ¿Qué puede llegar a pasar? Todo lo contrario. El curso entero se reirá de El Gato y nos lo agradecerá porque le daremos una lección por mal amigo y embustero. ¡Dame a Impera! –dije mientras se lo pedía con la mano y lo recibía inmediatamente. Luego me dirigí al huevo—: ¿Cierto Impera que es la oportunidad de asustar al muchacho? —Moví a la mascota de arriba abajo como si estuviera asintiendo con la cabeza.

—¿Ves, Joakim? Hasta tu nueva mascota está de acuerdo.

—Pues... no me convence mucho. Podrían llegar a ponernos esa matrícula condicional que nos dijeron.

¿Qué hago?

Continúo con el plan

Decido ser precavido










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