Habíamos hecho un gran trabajo. No sólo por las ideas, sino por el cambio tan impresionante en El Gato el cual todo el colegio empezaba a ver. Un día empezamos a hablar de música. Surgió el tema de "Los Testarudos" y me dijo que sabía tocar algunas de sus canciones en guitarra. Me invitó a su casa y me mostró. Me prestó un pequeño tambor que empecé a golpear mientras ambos cantábamos. A mi sorpresa, al terminar de tocar una canción me miró y me preguntó:
—Viko, ¿Quién es la que le mueve el piso?
¿Queeé? Si yo no le había dicho a nadie. ¿Sería tan notorio?
—¿De qué hablas Gato?
—No se haga... se le nota...
No podía ser. Estaba en evidencia. Decidí entonces decirle a mi nuevo amigo:
—Gato... Es Gaby... Noto que le intereso… pero no sé qué decirle...
—Fresco Viko. Eso pasa. Las chicas a veces nos desconciertan.
—Sí, lo peor es que cuando pusieron la tarea de los huevos se me acercó a que le dibujara el suyo y desde ahí no me he atrevido a hablarle.
—¿En serio? ¿Y usted qué hizo?
—Pues le dije que le dibujaba el de ella con la condición de que me dibujara el mío.
—Je, je. ¡Ya entiendo lo del remolino! Viko, ¡llévele una serenata! Eso no falla.
—Uuuyyy… no sé. Eso se me hace difícil. ¿Qué tal que no le guste y me eche agua por la ventana?
—Pues ahí verá, Viko. Yo me sé varias canciones que pueden ayudar.
—Mmm... Bueno, está bien… pero que quede entre nosotros. Que nadie se entere.
Ensayamos temas que podrían funcionar. Canté tocando el tambor y acondicioné a Serafín en la tiranta de mi mochila para que fuera parte del show. Repetimos los mismos tres temas hasta que los vecinos se quejaron y tocó parar.
Al llegar a casa me sentí mal. ¿Por qué no podía solucionar yo sólo mis cosas? Era simplemente acercarme y preguntarle por el huevo. No tenía por qué depender de El Gato y arriesgarme a hacer algo que me asustaba. Me había sentido presionado. Para demostrarme a mí mismo que podía sólo, decidí aproximarme en el recreo. La encontré charlando con Joakim, quien se fue apenas yo llegué.
—¡Hoola Gaby! ¿Cómo le pusiste a tu mascota al fin?
—¡Hola Viko! ¡Mírala! Se llama Perla —Al fin la veía… Perla. La V era el cuello. Le había dibujado pestañas largas, una boca roja y dos trenzas. Le mostré a Serafín y duramos todo el recreo hablando. Le conté la idea de dividir al planeta en zonas. Le gustó. Ella y su grupo pensaron en poner una ley donde cada individuo tuviera que sembrar y apadrinarse de tres árboles. Así las personas empezarían a reforestar al planeta y a su vez se irían dando cuenta de que no somos los únicos seres vivos. A mí también me gustó esa idea. Indagué acerca de la música que le agradaba y deduje que las canciones ensayadas no le gustarían. El repertorio no servía.
Fue un recreo espectacular. Acercármele no había sido difícil. Vi de reojo cómo mis amigos me miraban de lejos y al sonar el timbre y terminar el descanso me estaban esperando en el salón con una actitud cómplice.
—¿Qué tal jugar rayuela en el recreo? –me preguntó Ricardo sarcásticamente.
—Cuente, Viko –me dijo Gato en voz baja.
Yo hice cara de serio. No tenía por qué contar mis intimidades. Simplemente había hecho algo distinto en el recreo hoy: hablar con una chica. Qué inmadurez la de estos amigos míos. Aunque guardé silencio, por dentro estaba danzando de alegría. O tal vez... ¿Debería compartir mi felicidad?