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Respaldo a El Gato
Premiar lo positivo
Me controlo y espero


Ya estaba metido hasta el cuello. No había necesidad de agudizar el problema. Me acordé del trabajo que habíamos hecho: —Si nuestra atención se centra en lo negativo no encontramos buenas soluciones —pensé. Respiré profundo y despacio tratando de mantener la calma. Miré a Juako. Estaba sentado, cabizbajo, llorando, mirando al suelo con la nariz rota y el uniforme ensangrentado. Sentí compasión por él. Pobrecito. Su familia lo había traído temporalmente por petición de su abuela enferma. Nadie lo había apoyado en el colegio. Estaba además de muy solo, indefenso. Esa rabia de la pelea no había sido contra mí. Había sido contra todo lo que había callado y sufrido en silencio. Su rabia era contra todos y a mí fue el que me tocó soportarla. Pero además, ni siquiera acertó un golpe y salió malherido. Pude ponerme en sus zapatos mientras lo observaba.

Ya me sentía más calmado. No había sido mi culpa. Había sido un malentendido que nos había conducido hasta esta situación. El TIC-TAC del reloj prolongaba el sentimiento de incertidumbre ante lo que nos esperaba ahora. Quise entonces tratar de romper el hielo para hacerlo sentir un poco mejor diciendo:

—Lo siento Juako, no fui yo quien te rompió el huevo. Fue un malentendido.

El finlandés sollozó, se tomó su tiempo y dijo con una voz delgada y temblorosa:

—Pero… si fue El Gato el que me lo dijo...SNIFF…

¿Qué? ¿El Gato me había calumniado? ¡Qué mal! ¡Toda esta situación había sido por El Gato! Me empecé a enfurecer de nuevo pero luego me acordé de respirar y mantener la calma: centrado en lo positivo: en la solución. Si sigo el juego de violencia terminaremos todos cegados por la ira y haciéndonos daño. No podía caer en ese juego. Me llegaron recuerdos de momentos con El Gato. Sí, habíamos compartido música, compartíamos algunos gustos, pero en general él era grosero conmigo y eso era incómodo.

Yo trataba de aprender de él, me había alejado de mis amigos y ahora me daba cuenta que su compañía no era tan buena para mí, que era una mala influencia. No era por la música ni por su discurso, sino por su forma de ser. Si éramos amigos, era importante que me escuchara cuando le hablara; que respetara el hecho de no compartir los mismos gustos, que me valorara como persona. Pero no era así y ahora esto último me hizo abrir los ojos finalmente.

—¡Ese Gato! —fue lo que pude responder.

Joakim se había dado cuenta: El Gato nos había engañado a ambos. Había caído en la trampa. Se tranquilizó un poco y me miró con ojos de cómplice susurrándome:

—¡Rompámosle su huevo!

Yo no quería más violencia. Lo que quería era salir de esta situación tan intranquila.

—No, Juako. Eso no ayudaría. Planeemos algo mejor. ¿Qué le vamos a decir a Doña Abigaíl? Es la primera vez que me llaman a rectoría. Yo he sido juicioso toda la vida, pero me podrían expulsar. Para ti no hay gran lío pues dentro de poco te vas a hacer tu vida lejos, en cambio para mí significa mi vida, mi realidad.

—Tengo una idea —dijo él—. Vamos al salón, como si ya hubiéramos hablado con la rectora y al final de la clase hablamos con Edwin. Yo sé que él nos ayudará.

—Uuuyy... no sé. Eso podría agravar las cosas.

—Tienes que decidir rápido. La rectora ya está por llegar. Total, nadie además de Edwin y el curso saben que peleamos.

—Y la enfermera.

—Si, pero yo no le dije nada a ella.

Era una decisión difícil la cual no tenía tiempo de analizar. Podría ser mi salvación o también mi perdición. ¿Qué hago?

Voy al salón a pedirle ayuda a Edwin

Me quedo y enfrento la situación










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